En el último de los Encuentros Evoca celebrado el pasado viernes contamos con la presencia de Verónica Fumanal, directora de comunicación durante los dos últimos años del ex secretario general del PSOE Pedro Sánchez y asesora de otros líderes políticos y organizaciones políticas.
Tras unas semanas de descanso, Verónica se muestra relajada y con ganas de compartir ideas y conocimiento sobre los últimos acontecimientos políticos nacionales e internacionales, desde el prisma de una profesional de la comunicación que ha vivido alguno de ellos en primera persona. Para Fumanal, la comunicación política es “una rama más de la comunicación, una rama alejada del tronco que, lejos de innovar, trata de emular los éxitos del marketing y la comunicación comercial. El consumidor, el votante –“la audiencia”– se acostumbra a una forma de comunicar donde los partidos y los medios de comunicación marcan el paso, transformando los modelos comunicativos con nuevos códigos que el consumidor asume y que influyen en la forma de comunicar en política”.
Haciendo un breve repaso histórico, Verónica nos relata la evolución del marketing político a lo largo de los últimos 50 años, diferenciado tres etapas. “Como en el marketing comercial, primero se vendía un producto. Durante la década de los 60 hasta los 80 se puso en valor los atributos diferenciales (estado del bienestar, Pacto de Toledo, etc.). En los 90 se pone el foco en la marca y sus valores (PSOE, PP, … ), etapa que coincide con el auge de la “presidencialización” de la comunicación política. Hasta que llegamos al momento actual en el que priman las emociones y los sentimientos. Es la era del storytelling”.
La experta en comunicación plantea un complejo panorama, que daría para un extenso tratado sobre marketing político, pero que resume en estas cuatro reflexiones: “Por una parte –nos explica Fumanal– nunca hemos tenido una oferta informativa sobre política tan amplia como la que tenemos en la actualidad. Sin embargo, se dispone de muy poco tiempo para la política. Haciendo un cálculo estimativo, la oferta informativa política diaria en España es de unas 24,5 horas al día en televisión y de más de 46 horas de radio, a lo que habría que añadir el espacio en prensa, redes sociales, etc”.
“La actualidad es como pólvora… un fogonazo y la llama se consume rápidamente; los medios de comunicación nos demandan temas nuevos, hay muchas horas que rellenar…, lo que conlleva un exceso de inmediatez”, señala Fumanal, quien añade “titular, respuestas dicotómicas, inmediatez en la contestación, todos son aspectos que van en detrimento de la reflexión y, por tanto, de la complejidad. Esta exigencia de inmediatez hace pensar en respuestas rápidas, se piensa en éxitos políticos tácticos que intentan calmar la polémica pero que no resuelven problema –y recuerda la Ley Mordaza, el Cheque Bebé o la judicialización de la política en Catalunya–.
“También hay una exigencia por el éxito rápido. En teoría económica se definiría como el “capital impaciente” –el beneficio a corto plazo–. Tenemos más esperanza de vida que nunca pero el éxito político se exige en un tiempo mucho más limitado… lo nuevo, lo joven es un valor en sí mismo”, añade Fumanal.
Este exceso de oferta sobre política nos conduce a pensar en un segundo eje de reflexión: “La política interesa pero sin embargo lo que más vende son las intrahistorias de la vida política”. Según Fumanal, “los medios de comunicación buscan satisfacer las demandas de la audiencia. Los políticos se han convertido en una especie de “celebridades” y la actualidad política se concentra en las historias que subyacen: pasiones, traiciones, alianzas, amistades, etc. Las noticias versan sobre una visión anecdótica de los acontecimientos y arquetípica de la política, con personajes y tramas universalmente reconocidos: el héroe, la madre, el guerrero, el embaucador… En estas historias arquetípicas existen valores que se dan por sentados y que forman parte del subconsciente colectivo, pero ¿dónde queda el debate explícito sobre las ideas, sobre estos valores? Cuando las historias se imponen en política, no se debate sobre las ideas”, concluye Fumanal.
“Corremos el riego” –prosigue—“de pasar de ser ciudadanos a ser audiencia, la opinión pública que nos trata a todos como un ente homogéneo, dando por sentados los mismos relatos. Si los relatos son una determinada versión de la verdad, ¿cómo se hace frente a un relato? ¿estamos en la era de la posverdad, donde las creencias son más importantes que la verdad? Entraríamos en el debate de Ortega y Gasset sobre idea y creencia. Los relatos tienen un componente muy alto de “creencia”, algo no cuestionable, todo lo contrario a lo que ocurre con las ideas, donde su cuestionamiento nace desde su propia concepción”.
Como cuarto y último punto de reflexión, Fumanal propone repensar el papel de la tecno-política “que nos ha llevado a creer que con nuestra acción pública tenemos cierto poder. El canal institucionalizado son los partidos y estos siguen con prácticas del siglo pasado. El empoderamiento tecnológico de la ciudadanía no es empoderamiento institucional. Es cierto que el flujo de información ya no tiene roles bien definidos emisor- receptor y no podemos menospreciar la incidencia en la agenda mediática de la “tecno-opinión”, pero son efímeros, fugaces”. Y cita los trending topics o las acciones de change.org, como muestras del nuevo activismo digital. “Pero no inciden apenas en la agenda institucional. Las polémicas son como una fiebre de tres días de subida y otros tres de bajada. Los partidos nos quieren hacer pensar que tenemos el poder, a través del empoderamiento 2.0, pero sigue siendo parte del relato lampedusiano en el que la creencia de que todo ha cambiado no es un debate sobre la idea de fondo”
¿Ha cambiado algo? A tenor de los últimos acontecimientos se impone una visión más pesimista en la que los medios y las redes imponen un ritmo que hace imposible que la política sea eficaz y resuelva los problemas de fondo, en donde los ciudadanos están más interesados por los personajes que por los políticos. Y donde nos cuentan que todo ha cambiado pero parece más un cuento que calma nuestras conciencias pero que no nos empodera realmente.
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